22 de agosto de 2025

Derecho a ser maleducado

Cada vez me llama más la atención algo que veo a diario. La gente ha perdido completamente las formas. Y no hablo de protocolos ni de ceremonias. Hablo de educación básica, de respeto elemental, de saber estar.

Hoy he visto a cuatro personas tener una bronca muy fuerte, diciéndose cosas tremendas, porque un perrin ha ladrado a otro, estando en una terraza en la calle, donde otros comíamos. Algo sin la menor importancia, que ha molestado a otra señora de otra mesa. ¡No os podéis imaginar lo que se han dicho! 

Afortunadamente, la cosa se ha calmado con cierta facilidad... pero la agresividad ha ido aumentando de forma exponencial a un ritmo increíble. 

Y no es un caso aislado. Cada día es peor. En el tráfico, en las colas, en las redes sociales… La gente salta como un resorte ante cualquier mínima contrariedad. Como si vivieran con los nervios a flor de piel, esperando la excusa perfecta para explotar.

¿Qué nos ha pasado? ¿Cuándo empezamos a creer que tener razón nos da derecho a ser maleducados? Porque esa es otra: muchas veces ni siquiera la tienen, pero actúan como si fueran los dueños de la verdad absoluta.

Hoy también he visto a una adulta hacer llorar a una niña porque ha usado, sin saberlo, SU tumbona en una piscina comunitaria. Le ha caído tal bronca a la cría, que solamente se había tumbado, que me ha dejado helada. Un malentendido, sin la menor importancia, donde una adulta se ha sentido "empoderada" como para hacer llorar a una cría que se ha disculpado en el primer momento en que le han dicho que la silla no era suya. 

Las redes sociales no han ayudado nada. Han normalizado que puedas decirle barbaridades a un desconocido desde la comodidad de tu sofá. Y esa agresividad digital se ha trasladado a la vida real. Ahora hablamos cara a cara como si estuviéramos escribiendo un tuit furioso.

Pero lo más preocupante es que esto no es solo una cuestión de modales. Es síntoma de algo más profundo: hemos perdido la capacidad de gestionar la frustración. Cualquier pequeña incomodidad, cualquier contratiempo mínimo, se vive como un ataque personal.

Y los niños nos están viendo. Están aprendiendo que es normal gritar cuando algo no sale como quieres, que es aceptable faltar al respeto si crees que tienes motivos. Estamos criando una generación que confunde asertividad con agresividad.

No pido que volvamos a los tiempos de “usted por aquí, usted por allá”. Pero sí que recuperemos algo tan básico como la capacidad de discrepar sin destruir al otro. De entender que detrás de cada persona hay una vida, unas circunstancias, una historia.

La educación no es debilidad. Es inteligencia. Es entender que puedes defender tus ideas sin convertir cada conversación en un campo de batalla. Que puedes estar en desacuerdo sin ser desagradable.

Al final, lo que estamos perdiendo es la capacidad de vivir en sociedad. Y eso, créanme, es mucho más grave que cualquier crisis económica o política. Porque una sociedad sin respeto mutuo es una sociedad que se destruye desde dentro.

¿Tan difícil es recuperar las formas? No pido milagros. Solo que antes de saltar como un poseso por una tontería, respires hondo y te preguntes: ¿de verdad merece la pena?

La mayoría de las veces, la respuesta es no.

Autor: Bea Talegón