España forma a sus jóvenes científicos pero les cierra las puertas con un sistema que no les ofrece ni medios ni oportunidades ni futuro. Lo que, por calidad formativa y talento humano, debería ser una potencia científica ve como, año tras año, sus mejores profesionales noveles se marchan al extranjero. Julia, Albert e Isabella, tres jóvenes brillantes que decidieron continuar sus carreras fuera del país, son el reflejo de la fuga de cerebros, un problema que se repite generación tras generación y para lo que no se ha encontrado solución pese a que ha sido utilizado políticamente por partidos de reciente creación, como Podemos.

8 de septiembre de 2025
3 de septiembre de 2025
2 de septiembre de 2025
1 de septiembre de 2025
Emma, la niña heroína
Una niñita entró en un bar de moteros a medianoche y le preguntó al hombre más aterrador del lugar si podía ayudarla a encontrar a su mamá.
Todos los moteros vestidos de cuero en esa habitación llena de humo guardaron un silencio sepulcral mientras esta niñita en pijama, cubierta de princesas de Disney, permanecía en la puerta, con lágrimas corriendo por su rostro, mirando a treinta moteros rudos como si fueran su última esperanza. La rocola parecía ahogarse con una canción de Johnny Cash. Los tacos de billar se congelaron a mitad de camino.
Fue directa hacia Snake, el presidente de Iron Wolves MC, de 1.93 metros, con la cara llena de cicatrices y brazos como troncos de árbol, le tiró del chaleco de cuero y pronunció las palabras que movilizarían a todo un club de moteros y expondrían el secreto más oscuro de nuestro pueblo.
"El hombre malo encerró a mamá en el sótano y no se despertará", susurró. "Dijo que si se lo contaba a alguien, lastimaría a mi hermanito. Pero mamá dijo que los moteros protegen a la gente".
Ni a la policía. Ni a los vecinos. Ninguna de las personas "respetables" del pueblo. A esta niñita su madre le había dicho que si alguna vez necesitaba ayuda, ayuda de verdad, encontrara a los motociclistas.
Snake se arrodilló a su altura; su enorme figura la hacía parecer aún más pequeña. Todo el bar contuvo la respiración.
"¿Cómo te llamas, princesa?", preguntó con una voz grave y suave, más suave que la que jamás habíamos oído.
"Emma", dijo, y luego añadió algo que hizo que todos los motociclistas de la sala buscaran sus teléfonos: "El malo es policía. Por eso mamá dijo que solo encontraran motociclistas".
El aire se electrizó. Un policía. Por supuesto. Lo explicaba todo. Un policía podía hacer desaparecer a una mujer y a sus hijos, y todo el sistema lo protegería, pintando a los motociclistas como los villanos.
26 de agosto de 2025
23 de agosto de 2025
22 de agosto de 2025
Derecho a ser maleducado
Cada vez me llama más la atención algo que veo a diario. La gente ha perdido completamente las formas. Y no hablo de protocolos ni de ceremonias. Hablo de educación básica, de respeto elemental, de saber estar.
Hoy he visto a cuatro personas tener una bronca muy fuerte, diciéndose cosas tremendas, porque un perrin ha ladrado a otro, estando en una terraza en la calle, donde otros comíamos. Algo sin la menor importancia, que ha molestado a otra señora de otra mesa. ¡No os podéis imaginar lo que se han dicho!
Afortunadamente, la cosa se ha calmado con cierta facilidad... pero la agresividad ha ido aumentando de forma exponencial a un ritmo increíble.
Y no es un caso aislado. Cada día es peor. En el tráfico, en las colas, en las redes sociales… La gente salta como un resorte ante cualquier mínima contrariedad. Como si vivieran con los nervios a flor de piel, esperando la excusa perfecta para explotar.
¿Qué nos ha pasado? ¿Cuándo empezamos a creer que tener razón nos da derecho a ser maleducados? Porque esa es otra: muchas veces ni siquiera la tienen, pero actúan como si fueran los dueños de la verdad absoluta.
Hoy también he visto a una adulta hacer llorar a una niña porque ha usado, sin saberlo, SU tumbona en una piscina comunitaria. Le ha caído tal bronca a la cría, que solamente se había tumbado, que me ha dejado helada. Un malentendido, sin la menor importancia, donde una adulta se ha sentido "empoderada" como para hacer llorar a una cría que se ha disculpado en el primer momento en que le han dicho que la silla no era suya.
Las redes sociales no han ayudado nada. Han normalizado que puedas decirle barbaridades a un desconocido desde la comodidad de tu sofá. Y esa agresividad digital se ha trasladado a la vida real. Ahora hablamos cara a cara como si estuviéramos escribiendo un tuit furioso.
Pero lo más preocupante es que esto no es solo una cuestión de modales. Es síntoma de algo más profundo: hemos perdido la capacidad de gestionar la frustración. Cualquier pequeña incomodidad, cualquier contratiempo mínimo, se vive como un ataque personal.
Y los niños nos están viendo. Están aprendiendo que es normal gritar cuando algo no sale como quieres, que es aceptable faltar al respeto si crees que tienes motivos. Estamos criando una generación que confunde asertividad con agresividad.
No pido que volvamos a los tiempos de “usted por aquí, usted por allá”. Pero sí que recuperemos algo tan básico como la capacidad de discrepar sin destruir al otro. De entender que detrás de cada persona hay una vida, unas circunstancias, una historia.
La educación no es debilidad. Es inteligencia. Es entender que puedes defender tus ideas sin convertir cada conversación en un campo de batalla. Que puedes estar en desacuerdo sin ser desagradable.
Al final, lo que estamos perdiendo es la capacidad de vivir en sociedad. Y eso, créanme, es mucho más grave que cualquier crisis económica o política. Porque una sociedad sin respeto mutuo es una sociedad que se destruye desde dentro.
¿Tan difícil es recuperar las formas? No pido milagros. Solo que antes de saltar como un poseso por una tontería, respires hondo y te preguntes: ¿de verdad merece la pena?
La mayoría de las veces, la respuesta es no.
Autor: Bea Talegón
Cartas a Lucilio
"Ya no se trata de perder la libertad; hace tiempo se perdió. El asunto es si será César o Pompeyo quien vaya a gobernar la República. ¿Qué tienes tú que ver con su odio? Elegirán a un déspota. ¿Qué más te da cuál de ellos vaya a vencer?"
(Séneca)