Honradez y sentido común

19 septiembre, 2009

EL PRÍNCIPE ALERTA, capítulo 3

Capitulo 2, pulsa aqui

Los centinelas están alerta, nunca se sabe cuando volverán a atacar, sobre todo esta noche, que hace luna llena y no necesitan las antorchas para andar por los senderos de las montañas. En el último ataque, consiguieron llevarse algunos cerdos y bastantes sacos de maíz, también mataron a cinco soldados, que fueron a socorrer a las gentes que viven fuera de la muralla, por lo tanto, ahora a partir del anochecer, se obliga a los habitantes del exterior de la muralla, a entrar en ellas, para pasar la noche. De esta forma, los soldados solo se preocupan del enemigo, no solo de socorrer a los campesinos y los granjeros que son quienes suelen vivir en el exterior de la muralla.

La noche transcurría tranquila, hacía un buen rato que se había cerrado la muralla, los centinelas patrullaban por parejas, los arqueros prestos para tensar los arcos, ya que las noches son peligrosas y la guardia debe estar atenta.

Entonces se empezaron a oír gritos, provenían de dentro de las murallas. Había dos campesinos discutiendo.

-¡Que diablos pasa ahí! - gritó un centinela y bajó a ver que era lo que estaba pasando.

- Este mugriento, me ha robado un cerdo - le dijo uno de los que discutían.

-¡Mentira! - dijo otro hombre- este cerdo es mío, yo lo he engordado, este mentiroso quiere robármelo, ¡deténgalo por ladrón!.

-¡Maldito embustero!, el ladrón eres tú.

- Está bien, un poco de calma, ¿porqué el animal, no está en el recinto de animales? - preguntó el centinela.

La pregunta estaba bien intencionada, dado que en la ciudadela había un recinto donde se guardaban los animales. Los jerkos, lo que suelen llevarse era el ganado y a veces algunos sacos de grano, para ello no dudan en matar a quien tratase de impedírselo.

Los jerkos, viven en las montañas Verzoas, son hombres salvajes, normalmente suelen cazar los animales de la montaña y recolectar frutos silvestres, pero cuando las presas escasean, suelen bajar para robar a los granjeros o campesinos algún animal y sacos de grano. Pero últimamente los saqueos se habían vuelto mas frecuentes y violentos, esta vez amenazaban, agredían e incluso llegaron a matar a alguna persona que trataba de hacerle frente. El gobernador de la ciudad tuvo que pedir ayuda al rey, y este mandó una brigada para defender y contraatacar el hostigamiento de los jerkos, comandada por su hombre de mayor confianza.

Ante la pregunta del centinela los dos no supieron que contestar, soltaron el cerdo y echaron a correr, el guardia se quedó sorprendido y tardó un rato en reaccionar, se dio cuenta de que el cerdo había sido robado. Los ladrones llevaban corriendo un buen rato, comenzó a perseguirlos mientras gritaba:

-¡Alto!, ¡alto a la guardia del rey! - y siguió corriendo tras ellos, mientras apartaba a la gente.

Los guardias que estaban en la muralla miraron hacia abajo, para ver que era ese revuelo que se había generado. Al ver a un compañero que perseguía a un par de hombres que huían, fueron bajando de la muralla para ayudar a la captura de los ladrones, éstos se habían separado, entraban en casas que tenían las puertas abiertas para tratar de esconderse, cuando alguna tenía gente dentro, eran expulsados y buscaban refugio en otra vivienda. Los perseguían un regimiento de furiosos soldados.

En casa del gobernador estaban reunidos para decidir como librarse de los jerkos, el alcalde de la ciudad, el gobernador, el embajador del reino y los jefes militares, con el príncipe Horiel a la cabeza.

- Alteza llevamos meses siendo atacados, cada vez son mas los que vienen y cada vez se llevan más, hay que hacer algo antes de que logren superar las murallas - dijo el gobernador.

- De acuerdo señor gobernador, mis hombres y yo hemos venido con la intención de que los ataques no vuelvan a producirse. - Dijo el príncipe.

- Alteza, ¿ya habéis diseñado un plan?. - Comentó el embajador.

- Sí, lo pondremos en marcha cuando vengan a atacarnos, primero hay que repeler el ataque, para ello todos los soldados deben estar alerta, luego cuando empiecen a huir nos dividiremos en grupos quedándose en la ciudad un pequeño regimiento para seguirlos hasta su campamento y atacarlos por sorpresa.

- Bravo, estupendo, un plan prodigioso por fin nos vamos a librar de esos demonios. - Dijo el embajador.

- Disculpe mi recelo Alteza, pero ellos se conocen las montañas, los senderos, los escondites para seguirlos habría que ir a pie sin despertar sospechas porque si se dan cuenta de que son perseguidos trataran de despistarlos y tenderles una emboscada. - Le dijo con mucha prudencia el gobernador al príncipe.

- Tiene usted razón señor gobernador, para ello hemos preparado un grupo de soldados para vivir en las montañas, yo mismo me he preparado para tal fin. Sin duda tenemos una misión difícil pero si queremos que el asedio acabe tenemos que correr algunos riesgos, porque mientras se sigan sintiendo seguros en las montañas jamás esta ciudad estará en paz.

Todos asintieron las palabras del príncipe, sabían que era muy arriesgado perseguir a los jerkos hasta su morada pero era la única forma de detenerlos o al menos eso creían.

Tras un incómodo silencio se empieza a oír gritos desde la calle, el príncipe se asoma por una ventana, no da crédito a lo que ve, los jerkos están dentro de las murallas. Se da media vuelta, mira a sus oficiales para decirles:

-¡Vamos!, nos están atacando - dijo, mientras salía corriendo hacia la puerta.

Mientras salían los militares el resto de miembros de la reunión se quedaron perplejos, mirándose los unos a los otros, sin saber lo que decir, hasta que el gobernador se levanta y mira por la ventana.

"Allí estaban, con sus largas melenas, sus caras barbudas, sus cuerpos peludos......., estaban allí". Los jerkos, habían conseguido entrar.

Se acercaron sigilosamente aprovechando la luz que emanaba de una luna llena que iluminaba más que mil antorchas, casi parecía que fuese de día. Tenían preparadas varias escaleras para intentar el asalto a la muralla desde varios puntos, iban equipados con lanzas, arcos, hondas y cerbatanas que envenenaban con plantas silvestres, manejaban muy bien estas armas y estaban bien dirigidos por su guerrero jefe, Vorkag.

Cuando estuvieron cerca de las murallas se pusieron a cubierto, detrás de unas lomas. Sin hacer ruido salió una patrulla de reconocimiento, recorrieron la muralla contando el número de centinelas y buscando los lugares en los cuales había menos vigilancia para colocar las escaleras. Uno de ellos informó al jefe:

-A la orden, gran guerrero - saluda con la mano en el hombro y leve inclinación de la cabeza - se presenta explorador, Olkir, ya inspeccionado terreno enemigo.
- Bien, explorador, informar. - contestó Vorkag.

- Muralla no muy alta, escaleras servir, pocos guardias y no mirar fuera, dentro mucho ruido.

- Bien, retirar. - le dijo el guerrero jefe al explorador, después mandó llamar a sus lugartenientes.

Haciendo el menor ruido posible se acercaron a las murallas, en aquellos puntos donde no había guardia apoyaron las escaleras, mientras accedían al interior se iban escondiendo. Una vez que un grupo estuvo dentro se encargaría de eliminar la vigilancia mediante el disparo de las cerbatanas para luego proceder a abrir las puertas, resultó más fácil de lo esperado, no había ningún guardia vigilando.

Prácticamente todos los soldados estaban persiguiendo a los ladrones, salvo que ahora tenían que esquivar los insultos y reproches de los dueños de las casas porque irrumpían sin permiso en ellas, destrozando aquello que encontraban a su paso. La ira fue creciendo a medida que los soldados respondían con golpes y empujones a los moradores de las viviendas. Habían perdido el rastro, sabían que se escondían en una casa así que decidieron registrarlas todas olvidando los modales, tratándolos como si todos estuvieran encubriendo a los delincuentes. Los ciudadanos que estaban en la calle viendo que el ejército en vez de defenderlos atacaba a los que vivían en sus casas empezaron a coger palos, machetes, cualquier objeto que sirviera para luchar y fueron a reclamar que trataran con más respeto a los habitantes de esta ciudad que para venir a defenderlos con esas formas se fueran por donde habían venido. Mientras, los ladrones lograban escapar.
Se había formado una batalla campal, ya no importaba encontrar los que robaron el cerdo, aquello se les fue de las manos a los soldados, tratar a los ciudadanos cómo encubridores de un delito no fue una decisión acertada, el oficial que estaba al mando cometió un error muy grave.

Los jerkos se dirigieron rápidamente hacia el recinto de animales para soltarlos, mientras unos vigilaban otros se los llevaban fuera de la fortaleza.

Todo iba mejor que lo planeado, se estaba saqueando la ciudad sin ningún derramamiento de sangre. Los enemigos se estaban peleando entre ellos y los animales caminaban dóciles hacia el escondite del bosque. Todo estaba saliendo perfecto.

De repente algo falla, un toro pierde el control se desboca y se dirige contra los soldados que están tratando de zafarse de la rabia de los ciudadanos. Embiste a uno de ellos, lo levanta dos metros, el resto de los que estaban allí se asustan y empiezan a correr porque detrás venían más bestias.

Un grupo de jerkos trataba de controlar el ganado, imprudentes lo siguieron a través de las calles hasta que sucedió lo inevitable. Los soldados que subían a los tejados y aquellos ciudadanos que lograban encontrar refugio en las puertas abiertas de algunas casas miraban hacia atrás viendo como un grupo de hombres salvajes corrían detrás de los animales.

-¡Ya están aquí, nos están robando! - gritó un granjero.

-¡Todo el mundo a sus puestos!, ¡rápido! - ordenó un oficial a los soldados.

Pero fue demasiado tarde, el saqueo se había consumado con éxito sólo quedaba un reducido contingente para contener el desesperado contraataque de los soldados. Mientras los animales eran llevados por los senderos que sólo los jerkos conocen a su poblado, oculto en las Verzoas.

El príncipe Horiel salió de casa del gobernador con la espada desenvainada, se dirigió hacia el lugar donde estaba el combate, sorprendido gritó:

-¡Quién es el oficial al mando!

Rápidamente se acerca un soldado, se cuadra y saluda.

-¡A la orden, alteza!, se presenta el teniente Rojer.

-¿Me puede decir que es lo que pasa aquí?-. Preguntó con enojo el príncipe.

- Que...... entraron - la voz temblorosa- se llevaron casi todo el ganado- agachó la cabeza.

-¡Eso es todo!- la ira iba subiendo cada vez mas- ¡Sólo ese pequeño grupo pudo con todo un ejército!.

- Esa es la retaguardia, el resto ha escapado hacia las montañas.

-¿Qué han escapado?

- Sí, señor. Nos cogieron por sorpresa y no pudimos hacer nada.

- Como que no pudieron hacer nada. ¿Cuánto tiempo lleva usted en el cuerpo?.

- Dos años, alteza.

-¿Y cuanto hace que es oficial?

- Un mes, mi señor.

- Ya hablaremos Teniente,encárguese de hacerlos prisioneros, los quiero vivos.

-A la orden.

Todo lo planeado se había ido al traste, solo quedaba que los prisioneros colaborasen. No podía presentarse en palacio, después de esta afrenta, no si quiere ser rey.

Autor: Toni